31 de enero de 2008

2. El Parto

El momento culminante de la espera.

El broche de oro a todos los miedos que tuviste durante cincuenta y pico de semanas.

El fin de una etapa.

Y el comienzo de otra (mucho más impredecible).

Uno de los grandes miedos cuando el matrimonio se enfrenta al nacimiento del primer hijo es el momento del parto. “¿Se dará cuenta mi mujer o un día nos despertaremos y la criatura estará allí, acostada entre nosotros?”, es la duda de papi. “¿Me dolerá mucho?, me dolerá TANTO que me desmayaré y no podré dar a luz?” es la pregunta que carcome el cerebro de mami…

Las incógnitas surgen, las preguntas tontas al obstetra continúan. Para transmitir tranquilidad a la población, cumplo en informar que cuando la criatura tiene que nacer, la mujer se da cuenta. Y que la madre naturaleza es tan sabia y la tecnología ha avanzado tanto que por más que duela, los chicos nacen igual.

Frecuentemente, y como primer paso en la conquista de nuestras voluntades, los bebés deciden comenzar el trabajo de parto por la noche, o directamente en la madrugada. Que contracciones, que dolores… Uno agarra el cronómetro y toma el tiempo, hasta con milésimas…

A juzgar por la cara de tu mujer y tu propia ansiedad, el chico seguro que nace dentro de los próximos 10’. Obligás a tu pobre y dolorida esposa a que llame a la partera. Los teléfonos de urgencia se los dan siempre a las madres porque saben que nosotros los hombres no resistimos el más mínimo indicio de dolor, y que a la primera contracción ya estaríamos en la sala de parto.

Tu mujer habla con la partera, y la partera le dice que está todo bien, que no se preocupe. Que se dé un baño y se tranquilice… Vos te indignás… ¡¡que me tranquilice!! ¡Si quiero que nazca! ¡No desaprovechemos la oportunidad!

Seguís cronometrando y anotando. Función estúpida nos toca en el parto, pero bueno, se hace lo que se puede con tal de ser parte de todo esto… Pasan las horas, tu mujer sigue dolorida. Pensás que ella no debe haber sido lo suficientemente clara en explicarle lo MUCHO que le duele y en lo seguramente cerca que está de nacer el bebé.

Tomás el teléfono, tomás el control de la situación, tomás aire… y llamás.

Imposible explicar el tono de la partera cuando escucha una voz de hombre en el teléfono. No te soporta más de 5” (nótese que el signito indica segundos, no minutos). Al tercer comentario de tu parte pide educadamente que le pases con tu mujer.

No existís. ¿O todavía no te diste cuenta?

Preparate, porque vas a existir mucho menos todavía… Creo que recién al nacer un hijo lográs comprender el significado de “antimateria”…

Luego de varias y extensas horas la partera anuncia la autorización a que vayas al sanatorio. “¡Al fin!” pensás. Salís rapidísimo, a ver si el chico te nace en el ascensor…

Por una causa desconocida aún, TODO el barrio se da cuenta que estás yendo a internarte para tener familia. Todos te saludan y te desean buenos augurios. Vos agradecés con tu mejor sonrisa, pero íntimamente los odiás ya que te están haciendo perder preciosos segundos que pueden hacer que tu hijo nazca en el taxi.

Tratás de tomar el control de la situación. Parás un taxi y de la manera más neutral posible (repitiéndote internamente una y otra vez “todo está bien, no es necesario desesperarse”) le decís la dirección de la clínica al chofer.

En ese preciso instante el taxista se da cuenta también de que la criatura viene en camino. Súbitamente su estilo conductivo cambia: de pacífico tachero pasa a ser piloto de Fórmula 1.

“¿Qué necesidad de ir tan rápido, si la partera me dijo que no nos preocupáramos?”.

Como habíamos dicho antes, el embarazo cambia todo. Y como descubrís en ese instante, no sólo te cambia a vos y a tu familia sino hasta al chofer que te está llevando al sanatorio.

Quién sabe, tal vez al pobre tachero se le cruzan en ese momento todos los titulares de diario que dicen “Mujer da a luz en taxi”. Tal vez haya tenido una experiencia traumática. Tal vez… No lo sé. Pero lo que sí sé es que si tomás un taxi para ir al sanatorio a dar a luz, vos y tu mujer tienen que cerrar los ojos, apretar los dientes y agarrarse fuerte de lo que sea porque el tachero, definitivamente, va a ir muy rápido…

Si tenés auto y decidís ir manejando vos, lo más probable es que te agarren todos (insisto: todos) los semáforos instalados desde tu casa hasta el sanatorio, algún corte de calle producto del arreglo de un caño y por qué no un piquete.

No pierdas la calma, vas a tener toda una vida y miles de oportunidades más para ponerte nervioso…

Luego del periplo por la ciudad en la que vivís llegás. Finalmente llegás. El día también llegó. Atrás quedaron las paredes de tu casa con palitos tachados, como hacen los presos en las películas. Contaste uno y cada uno de los días que pasaron desde que te dieron la previsible sorpresa… Tu vida está a punto de cambiar de una forma tan radical que ya no te va a quedar tiempo ni para ir al cine (¿cine… qué era eso?).

Vos creés que te reciben y vas directo a la sala de parto… ¡Error! Vas a la guardia, te hacen esperar como si hubieras ido por un dolor de muelas y minimizan todo lo que le ocurre a tu señora esposa.

¿Están confabulados con la partera para no darte bola? Seguramente, pero ya estás jugado. Después de un rato largo largo largo, tu señora parte a la sala de parto, valga la redundancia. A vos te mandan por otra vía a vestirte de médico. Pero claro, no te dan un uniforme lindo sino el más gastado y horrible que les quedaba, que por supuesto te queda chico.

"Seguramente les dio la orden el obstetra... ese tipo me odia", elucubra tu cerebrito acelerado. Probablemente no te equivoques, después de todas las caras de asco y respuestas monosílabas que te dio durante los nueve meses de espera es fácil imaginarlo diciéndole a la enfermera "ese tipo me volvió loco durante todo el embarazo de mi paciente, dale un ambo dos números más chicos que el que tendría que usar y que esté bien gastado".

Entrás a la sala de parto caminando despacito para que ese ridículo trajecito que te prestaron no se termine de descoser y tu papelón sea completo y allí está tu mujer. Con la cofia que le queda horrible y en una camilla con las piernas abiertas en una posición tan poco elegante que cuesta creer que alguna vez haya usado vestido y tacos altos. Es un cuadro espantoso. Pero a la vez hermoso. El momento que esperaste está a instantes de presentarse.

Estás perdido. Totalmente de más en ese lugar. Hacés lo único que te queda por hacer: darle ánimo a tu esposa.

Al rato y cuando el obstetra ya llegó, se acicaló y decidió que los astros están alineados de la manera correcta, le meten pichicata a tu señora para que la criatura salga.

Ella empieza a hacer fuerza. Y no podés creer que ella, la que tantas veces te irritó, te hizo enojar y te dio comida quemada y mate frío y mal cebado tenga tanta garra y corazón.

Ni el 5 más odiado de Boca tiene la mitad de huevos que tu mujer en ese instante. La admirás profundamente, y al mismo tiempo no sabés si seguir dándole ánimo o pararte al lado del médico para supervisar que esté haciendo todo bien.

Te replanteás volver a discutir acaloradamente con tu señora. Sólo con la mitad de carácter y energía que tiene en ese momento te dejaría llorando como a un cachorrito que se portó mal…

Por suerte para nosotros esa explosión de energía se da sólo en el parto, porque si no… ¡qué sería de nuestras vidas, pobres varones!

De pronto el reloj se detiene. Ves aparecer una cosa asquerosa, de color violeta, toda pegajosa y llena de una grasa blanca que en otro momento, sin dudarlo, te hubiera hecho vomitar.

Lo gracioso es que te parece hermosa. Asquerosa y hermosa.

La espera terminó.

Tu vida cambió para siempre.

A partir de ahora, todas las prioridades van a ser para “eso” que te envuelven en una toalla y te alcanzan.

La emoción es indescriptible. Inigualable. Tu mujer se ve bien, se ve contenta. Pero parece que tanto esfuerzo y tanta pichicata no le permiten alcanzar el nivel de emoción que tenés vos. Hacés el esfuerzo más grande de tu vida para no tirarte al piso y llorar como un nene.

Como el nene que acaba de salir.

Acompañás a la neonatóloga a la primera revisión de la criatura. Lo trata, lo mueve y lo revisa como si fuera un pollo del supermercado. A vos te aterra que se rompa, pero no decís nada. Secretamente la odiás, ya te está tratando a tu pichoncito de una manera que no te gusta.

Le devolvés al nuevo integrante de la familia a tu señora y salís de la sala de parto. Miles de flashes te encandilan, aplausos, abrazos y gritos de festejo te confunden. “¿Qué pasa acá?” te preguntás. Vivís en carne propia lo que debe sentir un jugador de fútbol al salir del vestuario luego de una goleada en contra… ¿Y quiénes iban a ser esos sino tus familiares? Luego de que las manchitas rojas de los flashes desaparecen de tus ojos comenzás a reconocer rostros: tus viejos, tus suegros, tus hermanos, tus hermanas, tus cuñados, tus cuñadas, la tía abuela que no veías hacía 6 años… no falta nadie.

Te preguntan todos lo mismo 10.000 veces: ¿salió todo bien? ¿cómo está tu señora? ¿a quién se parece la criatura? ¿te desmayaste? ¿te dio impresión? ¿cuánto pesó? ¿cuánto midió? Y toda la sarta de pavadas que puedan darse para la ocasión.

En ese instante lo entendés a tu obstetra (en realidad el obstetra de tu mujer) y entendés la cara que te ponía cuando vos le preguntabas algo…

Ya en la habitación, más tranquilo y nuevamente dentro de tus cómodas ropas civiles empezás a tomar conciencia del nuevo status que ocupás en la sociedad.

Si en el pasillo de la clínica llevan una cunita mirás adentro para ver si tu hijo es más lindo o más grande o más gordo…

Pasás por las puertas de las otras habitaciones leyendo los nombres de los bebés para refregarle en la cara a tu mujer que ese que vos habías propuesto no era tan terrible. Pero lo pensás bien y no decís nada. “Pobrecita, después del esfuerzo que hizo no la voy a ir a pelear”.

Ya son una familia.

Ilusamente –acostumbrado a tu anterior vida- te decís íntimamente: “¡cómo voy a dormir hoy!”.

Claro, la parte difícil todavía no empezó.

6 comentarios:

Naimad dijo...

Naaa... sentí lo mismo. "Mi parto" fue idéntico, pero por cesárea.
Salvedades:
1) sólo de escuchar a los médicos hablar de música, asado, y etc. me dieron ganas de decirles CHE, MEDIA PILA QUE ES MI PIBE. SI QUIEREN DESPUES TOMAMOS UNA BIRRA TODOS JUNTOS.
2) cuando la partera la cargoseó tanto a mi primera hija, la cagó enmcima. (Yo pensaba, tomá, por turra te lo hizo, andá a ponerle inyecciones a tu visabuela...)
3) me dieron a la nena para que la muestre detrás de un vidrio. Al abrir las cortinas no había NADIE. La miré a mi BB y le digo: negra, suspendemos por baja taquilla.
4) Nada es igual desde ese día, todo es maravilloso.

Roberto dijo...

Me alegro. Lo de la baja taquilla... un bajón. Como yo no quería ese público ansioso a la salida del túnel no le avisé a nadie y estuve tranquilo. Lo de los flashes me pasó con la segunda. Y encima no eran parientes míos, eran de otro parto... ni una foto me quedó, che...

Naimad dijo...

jajaja... con la segunda ni tiempo me dieron. Estaba tan poblada la sala ese día que apenas si la pude ver. Tuve que esperar a que saliera de neonatología en un pasillo.

Cuando nació la primera, miraba a los Doc. y a las enfermeras esperando que me saluden, un abrazo, que me secaran las lágrimas. Es como ud. dice... importamos un joraca antes, mucho menos después...

Chulet dijo...

que maravillosa mirada la de uds...hombres!, padres!, en ese momento tienen un papel impresionante...no se han dado cuenta?, a quien sino hundiriamos nuestras uñas? mirariamos fijo con nuestros ojos inyectados y putearíamos por todo ese hermoso dolor que es traer un hijo al mundo?...despues de mi unica hija todavia cuento mis años para que no sigan pasando y la vida me regale ese instante de luz nuevamente...gracias por haberme traido mis siete horas de trabajo de parto a mi mente olvidada!!!!
me pregunto...habras dormido?

Roberto dijo...

Gracias por el comentario y por tu apreciación. Sobre la pregunta "si dormí"... No!!! Candelaria lloraba y lloraba y la única forma de que no lo hiciera fue apoyándola en mi pecho. Esto fue así hasta que a eso de las 6 de la mañana cayó una enfermera del turno nuevo, la agarró, la hizo un "paquetito" con una frazadita y santo remedio... Yo no sé por qué no habrá tomado el turno de la noche esa chica!!!

Naimad dijo...

Porqué asi es la ley... seguro que si esa chica laburaba de noche, Candelaria rompía las tarlipes cuando la enfermera estuviera indispuesta, descompuesta o con mal de amores.