31 de enero de 2008

1. Planificando el caos

Luego de una existencia más o menos responsable, en la que se hizo mayor o menor cantidad de desastres uno se encuentra con que la vida se le viene encima. Pueden o no aparecer canas. Pueden o no haberse caído algunos pelos. Pudo o no haber asomado la inevitable pancita de pastas, vino y asado, pero tarde o temprano la ficha cae.

Estás en pareja, tenés una vida medianamente ordenada y aparece el deseo, natural, comprensible, ancestral, de tener un hijo.

Terminados los debates pertinentes al caso uno se encamina en la –ardua- tarea de engendrarlos. Con mayor o menor suerte la semillita terminará germinando y un día recibirás la previsible sorpresa (no conozco de otro caso en el que estas dos palabras puedan asociarse) de que tu mujer está embarazada.

La cabeza va a 10.000 por hora. Que si es varón, que si es mujer. Que si es varoncito va a jugar al fútbol. Que si es nena va a tener novio… Miles de situaciones desfilan por nuestra excitadísima mente.

Por lo general luego del acuse de recibo de la cigüeña comienza la primera etapa de conflicto de poderes entre padres y madres: asignación de nombre…

La doméstica riña puede tener un retraso de algunos meses, generalmente de la mano del resultado de la ecografía que permita ver el sexo. Las luchas hasta que uno no sabe ciertamente si la criatura va a ser nena o nene pueden denominarse simplemente escaramuzas.

Las situaciones a partir de la “Guerra del Nombre” son muchísimas. Siempre diferentes pero con un denominador común: una de las partes aporta, genera, busca, propone. Y la otra… niega, destruye, impide, prohibe…

Para simplificar la redacción vamos a enumerar la lista de problemas y discusiones que surgen en este primer paso de la paternidad/maternidad en vez de tratar de armar algún interminable párrafo que pueda enlazarlos a todos.

Acá va: 1) ¿Un nombre solo o dos? 2) Si es varón elijo yo. Si es mujer elegís vos. 3) No me gusta porque es largo. 4) No me gusta porque es feo. 5) No me gusta porque no pega con el apellido. 6) No me gusta… 7) Ese nombre está muy usado. 8) ¿De dónde sacaste ese nombre? 9) Así se llamaba un compañero mío que era un tarado. 10) No seas ridículo. 11) No seas ridícula. 12) No pienso ponerle el nombre de un jugador de fútbol. 13) Así se llamaba una tía abuela mía que no me bancaba. 14) El apodo de ese nombre es horrible. 15) Es nombre de viejo. 16) Es nombre de vieja. 17) Claro… vos querés que todos los compañeros del colegio lo/la carguen, pobrecito/a… 18) No le ponemos ningún nombre y listo. 19) ¿Es necesario ponerle nombre? ¿Y si le ponemos número? 20) De chiquita le ponía ese nombre a las muñecas… 21) Si le ponés ese nombre yo no la/lo reconozco. 22) Ni en pedo. 23) Ni loca. 24) Bueno… proponé vos! 25) Ese te lo pasó tu mamá, no? 26) Siempre odié ese nombre. 27) Parece más un nombre de lugar que de persona. 28) ¿Vos querés que de grande te odie? ¡Cómo le vas a poner así! 29) Antes de que se llame [completar con el peor nombre que se te ocurra] lo doy en adopción. 30) ¡Y a mí qué me importa que el significado del nombre esté bueno si el nombre en sí es espantoso! 31) No puedo creer que propongas ese… 32) Y qué querés que haga si no hay ni uno solo que te venga bien! 33) ¡Eso no es un nombre, es una porquería! 34) Má sí! Elegí vos el que quieras y listo! 35) Está bien, ese no… pero vos sabés que era mi sueño… 36) Es divino… ¿cómo puede no gustarte? 37) La verdad… no entiendo qué le ves de malo a ese. 38) Me tenés harto/a: no hay nada que te convenza. 39) Nooooo! Ese es el nombre del/la malo/a de la novela que veo a la tarde! Como corolario, luego de debates, peleas, discusiones civilizadas y no tanto, períodos de “ofenditud” (si se me permite inventar una palabra), momentos de desazón y entusiasmo, la pareja llega a un punto final en las negociaciones nominales (nominales por lo de nombre, se entiende no?) y firma el contrato virtual por ese puñado de letras que marcará para el resto de su vida al pequeño por nacer.

En esta guerra todo vale con tal de salirse con la de uno: busca alianzas con familiares que no se banca, con vecinos de quienes no conoce el nombre, de los comerciantes del barrio, de eventuales compañeros de transporte… todo lo que esté al alcance de la mano y permita que impongamos NUESTRO nombre es válido.

Finalmente, la sangre no llega al río. Algún nombre termina por convencer –o no desagradar- a alguno de los dos, y el/la pequeño/pequeña es ya un puñado de células dentro de un organismo que engorda a velocidad meteórica pero que TIENE NOMBRE, identidad, apodo…

La primera batalla –ardua- ya terminó. Pero la guerra recién comienza…

Inevitable, surge también el problema de los nombres de moda. A muchísimos padres esto parece no afectarlos (de hecho, por eso están de moda) y otros parecen no darse cuenta. De esta manera, observando las distintas generaciones de chicos luego devenidos en grandulones obtenemos el siguiente resultado:

a) Los mayores de 50 están plagados de Juan Carlos, Osvaldos, Carlos, Albertos, Horacios, Rodolfos, Ricardos y Ernestos. Las ahora señoras gordas responden a los Susana, Mabel, Nélida, Mónica, Inés, Marta. b) Los de 30 a 40 abundan de Martín, Diego, Pablo, Fernando, Sergio. El género opuesto rebosa de Carlas, Silvias, Andreas, Gabrielas, Marcelas… c) La generación que está en sus 20 ya comienza a mostrar cierta creatividad en la asignación de nombres. Ya lo clásico no alcanza y se apela a lo más autóctono, como Nahuel. Muchos Rodrigos, Matías, Santiagos. d) Las generaciones actuales están plagadas de Lautaros, Bautistas, Francos e interminables legiones de Martinas, Valentinas, Candelas y Abriles.

De más está decir que en este breve repaso generacional, han quedado excluidos aquellos nombres impresentables por su mal gusto, como los Jonathan-Yonatan-Jonatan-Johnatan (lo he visto escrito de más maneras que estas que presento), Yesica/Jessica/Jesica, y otros de lejano origen anglosajón que en su camino hacia sudamérica han perdido la raíz ortográfica y cualquier otra que hubieran podido tener.

Siguiendo con el tema de este capitulito, que te recuerdo era “Planificando el Caos”, aparece en simultáneo a esta crisis del nombre otra actividad nueva: las visitas a ginecólogo/obstetra. El primer embarazo tiene una diferencia enorme con los posteriores que pudiera haber en la pareja: en éste, el papá acompaña a la mamá a todas las consultas, no se quiere perder ni un detalle.

Mamis: no es que si luego hay un segundo embarazo ya no nos importe, el tema es que ya sabemos lo que pasa. No es desinterés ni falta de amor al nuevo hijo por nacer, es la practicidad propia de nuestra naturaleza masculina.

Las consultas obstétrico/ginecológicas que tienen a los papis por testigos –inútiles testigos- generalmente tienen un tono diferente a cuando la consulta es sólo con la mujer.

Es decir: cuando la mujer va sola, el médico la trata bien, le pregunta y le responde a las inquietudes con total empeño ya que –justamente- está hablando con su paciente.

Cuando el papi se mete en el medio… el trato es otro. En el rostro del galeno puede notarse una mueca especial, mezcla de sorna y piedad. Un pensamiento íntimo que seguramente dice “a ver qué estupidez me pregunta éste ahora…”.

Como responsables del 50% de lo que está pasando nos consideramos un co-paciente de nuestra esposa. Pero nuestra idea no coincide con la del médico, que nos califica como un estorbo.

Las preguntas del papi generalmente están focalizadas en dos temas: 1) La posibilidad de que un movimiento natural de la mujer haga que el pequeño se “caiga” de la panza. Preguntas típicas como “doctor, puede caminar?”, “puede lavar los platos”, “se puede bañar” o incluso “cuánto tiempo puede estar parada?” son muy comunes en esta etapa inicial del embarazo. 2) El otro “gran” tema del embarazo: el sexo. No es que tengamos la idea fija, pero es importante, sobre todo teniendo en cuenta que como hombres no tenemos idea de qué está pasando en el cuerpo de nuestras mujeres. Pero como tampoco queremos pasar por babosos, sexópatas y desconsiderados, este tema generalmente se desliza entre un alud de preguntas –generalmente idiotas-, como si en realidad el tema sexo no nos importara mucho y tuviera la misma importancia que los otros.

Ejemplo: “Doctor, Usted comenta que va todo bien y que tiene que llevar una vida normal. Es decir que puede andar en auto, subir al ascensor, caminar hasta el súper… tener relaciones (en un tono un poquito más bajo, para restarle aún más importancia) e ir al cine?”.

El camino a ser padre es largo y difícil, y si bien en el momento uno no es del todo consciente de las estupideces que dice y hace, con el tiempo se da cuenta de que eso de que el silencio vale mucho es totalmente cierto.

La otra faceta “médica” del embarazo es la que incluye las ecografías.

Ecografía, alimento de la ansiedad, proteína de la esperanza. En esto, mamis, no hay diferencia entre los embarazos: siempre van a estar acompañadas de sus maridos. ¿El motivo? Es la forma de saber fehacientemente el sexo de la criatura. Y si lo confirman y no nos gusta la idea, vamos a estar allí cuantas veces sean necesarias hasta que el ecógrafo reconozca su error…

Los padres generalmente –en un 98% de los casos analizados- quieren que la mujer porte un varón. Las mujeres son más amplias, sólo piden que “sea sanito”.

Aquí se da una situación netamente matemática que es la combinación de determinados elementos. Estos elementos son si “se dejó ver” o no, y en caso de que sí se haya dejado ver, el sexo.

Si el ecógrafo dice “no se vio nada”, papá va a decir “a mí me pareció verle una cosita, como un pitito, para mí es varón”.

Si el ecógrafo dice “no es definitivo pero hay muchas probabilidades de que sea una nena”, papá va a decir “hay que esperar, no confirmó nada”.

A la afirmación “es una nena, no hay dudas”, papi va a decir –luego de la consulta, obviamente- “no puede estar tan seguro, es muy chiquitito todavía”.

Cuando la frase es “hay probabilidades de que sea varón” papá sale corriendo y compra la camiseta de su equipo favorito, llama a todos sus amigos y organiza una comilona en casa para festejar.

Para el caso “no hay dudas: es varón”, papi procede de la misma forma que en el párrafo anterior. Aquí se agregan burdos comentarios de la familia acerca del tamaño del miembro del feto, que es lo que indicó –ni más ni menos- en esa pantalla borrosa donde no se distingue nada su sexo.

Sea la situación que sea, mami va a tener siempre la misma cara de desbordante amor maternal, fascinada por la pantalla de forma mucho más intensa que con su novela preferida. A mami no le importa qué sea, sólo le importa que esté bien…

Hablamos de nombres, de consultas médicas, de ecografías… los 9 meses se hacen interminables. Los días duran más de 30 horas cada uno. La comida nos llama de una forma inevitable. Nuestras mujeres engordan… nosotros también…

Lo gracioso es que comienzan a ingresar en nuestro listado de temas cotidianos asuntos que jamás habíamos tocado antes o a leer noticias en los diarios en secciones que meses atrás no sabíamos ni que existían.

El embarazo transforma todo. Milagrosamente nos volvemos muy caballeros, no dejamos que nuestra mujer haga nada (chicas aprovechen) y estamos pendientes de ella todo el tiempo. No es raro el caso de gente que hasta caiga a la casa con un ramo de flores sin motivo alguno.

Merecería un capítulo aparte el asunto “preparativos de la habitación”, pero como en realidad la idea es focalizarnos en la conjura de los enanos contra nuestra autoridad de padres, incluímos todo en este apartado, “Planificando el Caos”.

Existen dos posibilidades: tener que adaptar una casa chica a la llegada del bebé (parejas que viven en un dos ambientes, por ejemplo) o disponer de una habitación todita todita para la criatura.

En el primer caso tu hogar se transformará en un híbrido de guardería con lavandería mezclado con tu antigua casa. Tu mujer querrá a toda costa ingresar a la decoración muñequitos, peluches, volados y móviles.

El living ya no será living. Tu habitación se transformará en un depósito de pañales y batitas, además de escarpines y ropa usada de los 30 chicos que ya son adultos en la familia.

En el segundo caso, la batalla por el nombre tendrá una segunda edición –no tan sangrienta- que será el episodio de la decoración. Que tal guardita sí, que tal guardita no… El celeste y el rosa –dependiendo de tu suerte- se apropiarán de tu retina y los moñitos y dulces figuritas de colores serán el nuevo estilo al que deberás acostumbrarte.

Cada vez que alguien te visite y tu mujer le muestre la ropa que está preparando –el ajuar, palabra fea si las hay- el pariente en cuestión reconocerá alguna prenda de su propio hijo/a y dirá en tono meloso “uy, mirá! El saquito que usaba Luisito cuando nació… si lo habrá vomitado a este saquito…” o cosas por el estilo.

Lo patético es que Luisito tiene como 20 años y es un tremendo huevón. Cuesta muchísimo imaginarse a semejante grandote en una ropa tan chiquita…

La primera criatura de la familia (al decir “familia” hablamos del conjunto compuesto por nuestros padres, suegros, hermanos y cuñados) cuenta con ventaja: utiliza ropa de estreno SIEMPRE.

La segunda, si es de sexo diferente a la primera cuenta con una yapa, por lo que el porcentaje de ropa de estreno no será 100% pero va a andar arañando el 90%.

Las chances de estrenar ropa del tercer integrante de la familia dependerán de si es el primer hijo/a de la pareja o no. Si es el primer crío, el orgullo y entusiasmo paterno (paterno de paternidad compartida, es decir que incluye tanto a madre como padre) harán que tenga mucha ropita nueva y que la “bolsa de reciclaje de indumentaria” no sea tan tenida en cuenta.

Ahora… si el pobre infante tiene la desgracia de ser segundo (tercero o cuarto…) de un mismo matrimonio Y segundo, tercero o cuarto de la familia Y del mismo sexo que la mayoría previa… su futuro estará plagado de ropa usada, pasada de moda, encogida y desteñida. Ni hablar de remendada o agujereada, con botones perdidos y manchas imposibles de sacar.

Ejemplo: mi segunda hija, Renata, tenía puesto un conjuntito de color rosa que a los 6 meses de edad le quedaba bastante justo. Mi hermana Soledad, madre de Mora, 2,5 años más grande que Renata, la vio con ese conjuntito y exclamó “¡Qué bestia es tu hija! Tiene 6 meses y casi no le entra ese conjuntito que usó Mora hasta los 2 años!!”. Mi pobre madre, testigo casual, refutó: “pero Soledad, después de Mora ese conjunto lo usó Martina –1,5 años más grande que Renata, hija de mi otra hermana, Guadalupe- y vos sabés que Guadalupe lavaba todo con agua hirviendo”.

Resumiendo: el conjuntito estaba siendo utilizado por una tercera criatura en menos de 3 años y a fuerza de uso y exageraciones sanitarias hasta había mutado de talle…

Ser primogénito es –por lo menos en cuanto a términos de la moda- una ventaja imposible de igualar.

El embarazo prosigue y la ansiedad también, pese a todo...

Alrededor del mes 7 papá va a comenzar a insistirle a mamá que prepare el bolso para el sanatorio. La previsión y la ansiedad propias de nuestro género pretenderán que nuestra señora obre en consecuencia. Pero mami, que no es ni más ni menos que quien lleva la batuta (y la panza) de la situación, hará caso omiso de nuestras indicaciones y armará el dichoso bolsito 5 minutos antes de partir raudamente a la clínica.

El nacimiento está cerca, los detalles están listos. Imaginás una y mil veces las escenas, las etapas, el futuro de tu mujer y vos junto a ese hijo/a que está al caer…

Hacés bien en imaginar.

Pero seguro te vas a quedar corto porque tu vida va a cambiar mucho más que esas situaciones que soñás. Tu bebé rápidamente –en unas horitas nomás- va a aprender a dominarte de una forma inigualable e imposible de predecir.

Antes de avanzar al segundo capítulo hay algo que debemos tratar dado que siempre está presente en el inconciente colectivo al hablar de gestación de hijos: los antojos.

Afortunadamente mi mujer no tuvo demasiados antojos. Es más, creo que solamente tuvo uno. Como gestador consorte he tenido la suerte de superar ese obstáculo con gran dignidad y pocas heridas.

El tema de los antojos supongo que viene de esa época donde los maridos no le daban bola a sus esposas y se limitaban a leer el diario fumando pipa al lado de la chimenea (prendida en invierno y apagada en verano) mientras la criada de la casa se encerraba con la señora en la habitación de la pareja y luego de un rato salía pidiendo enérgicamente una pava con agua caliente.

En ese momento las mujeres deben haber confabulado y creado un sindicato secreto de mujeres embarazadas.

De esa logia surgió –indudablemente- el axioma que dice: “si no se le cumple el antojo a la embarazada el chico sale con una mancha”.

El axioma resultó exitoso y fue pasando de generación en generación.

La logia se disolvió (¿se disolvió?) con el advenimiento del feminismo y la aparición en el mercado de las maquinitas de afeitar color rosa y la publicidad sin tapujos de tampones y toallitas.

La mujer ya era tenida en cuenta por todo el mundo, así que no era necesario andar inventando cosas raras para que las trataran bien.

Pero la piedra basal del sindicato siguió firme. ¿Y para qué irían a cambiarla si a pesar de todo algunos mimos extra no vienen mal cuando una se ve inflada e incómoda?

Uno descree que lo de la mancha sea cierto, pero… ¿y si es verdad?

No vas a andar cargando con una culpa por no comprar un heladito de dulce de leche un martes a las 3 de la mañana en pleno invierno… Te ponés los pantalones, te enfundás en la campera y salís. Mascullando insultos irreproducibles, pero con la mejor sonrisa y expresando “mi amor, no me cuesta nada hacer eso, me cambio y en 5 minutitos vuelvo”.

La cantidad de antojos surgida en los 9 meses de espera es equivalente a lo demandante que sea tu esposa-concubina-novia en períodos “normales”.

Armate de paciencia y dejá los zapatos y abrigo cerca de la cama: no sabés en qué momento el recurso del antojo puede salir a la luz.

Hay otra teoría respecto del antojo. Una corriente más radical insiste en que el antojo no es más que una venganza transitoria de la mujer en compensación por todo lo que está pasando.

Es decir: ella no puede dormir bien porque la panza la molesta y vos en ese mismo instante roncás cual leñador canadiense luego de haber volteado una sequoia gigante. Ella no puede caminar una cuadra seguida porque se le hinchan los pies mientras vos jugás al fútbol con tus amigos 2 veces por semana. Ella se siente mal todo el día y vomita como pasajero de buque en medio de la tormenta en tanto vos le das al diente sin asco.

Esta teoría no está nada mal…

Y sin dudas, ¡tienen razón!

Armate de paciencia y cumplí con los antojos de la pobre madre. No sea cosa que la criatura termine saliendo con una mancha y a tu culpa se le sume el eterno reproche.

Resumiendo (no olvides que esta es una iniciativa que intenta prevenirte sobre los deliciosos problemas que genera la paternidad):

1) Vas a tener encarnizadas luchas con tu mujer, tu familia, la familia de tu mujer, tus amigos, tus vecinos, tus compañeros y demás gente que tenga un poquito que ver en tu vida respecto del nombre de tu vástago. 2) El obstetra odia que vayas a la consulta, sobre todo porque lo único que hacés es comentar y preguntar estupideces. 3) El obstetra te odia. No importa si vas o no. Sos una molestia entre él y su paciente. 4) Jamás vas a creer en el resultado de la ecografía que te indique el sexo, salvo que el resultado sea el que vos querías que fuera. 5) Un nuevo estilo de decoración invadirá tu casa, no importa el tamaño que tu casa tenga. 6) La elegancia de tu hijo/hija variará de manera inversamente proporcional al número que tenga en el orden de llegada a la familia (el primero, el más elegante, a mayor número, menor elegancia). 7) Los antojos existen. Desconocemos científicamente las consecuencias de un antojo desantojado, pero por las dudas satisfacelo.

4 comentarios:

Naimad dijo...

Increíble. Si no lo hubiera escrito Ud. poría decir que lo había hecho yo. Demás está decir que no refuto ni una sola coma, y que apoyo al 100x100 todo lo plasmado en este post.
Salú.
(PD: saquele la verificación de palabra para comentar porque rompe bastante las pelotas).

Roberto dijo...

Gracias, amigo! Ahora... si se puede decir que de no haberlo escrito yo lo podrías haber escrito vos... ¿es bueno o es malo?
Y ya saqué la verificación de palabra...

gabrielaa. dijo...

tan de acuerdo estoy con la premisa del blog, como madre de dos adolescentes, que ni pienso leer los posts. así nomás te lo digo: agh

salut

Roberto dijo...

El peor de los miedos de la humanidad: la adolescencia de los propios hijos... Lo veo con amigos, son ingobernables, incontrolables, insoportables, inoperantes... ya estoy sufriendo de antemano, pese a que me falta un rato para llegar ahí.