1 de diciembre de 2008

4 - Los pañales

Tema de fondo si los hay en la crianza de los hijos. Por lo menos en la primera etapa, que suele durar entre dos y tres años y pico, dependiendo de los padres y también de los chicos. Algunos padres -me refiero a padres varones, no a la pareja- consideran que el solo hecho de trabajar y aportar dinero a las arcas familiares ya los exime del cambio de pañales. Otros, cada vez más, aceptan que ese asqueroso trámite forma parte del todo que es el tener un hijo y lo asumen resignados. Pero vayamos por partes y por etapas, que pareciera que empezamos por el final: hablamos de cuánto dura pero no de cómo empieza... Ponete en situación otra vez: luego de todas las peripecias de las que hemos hablado llegás a la habitación de la clínica, sanatorio, hospital. Ya pasaron los flashes, los infinitos relatos de lo que sucedió en la sala de partos, peso y talla de la criatura, etc. En algún momento tu retoño requiere de un cambio de pañales. Si solamente se trata de una pichona, espectacular. Pensás que es algo simple, sencillo. Te da miedo porque realmente se ven frágiles y eso de levantarles las patas como si fuera un pollo te asusta, pero creés que con un poco de tiempo y de atenta observación vas a lograrlo algún día. Ahora... si el bebé se cagó encima... La primera sensación es de que está enfermo: no puede ser que ese ser desprotegido, sin maldad y sin haber probado bocado en este mundo pueda producir una sustancia negra, cremosa y repugnante como esa que le sale de adentro. Te explican que es normal, que no te preocupes, que a medida que vaya tomando la leche materna el color va a ir cambiando y se va a parecer más a lo que uno esperaría. Lo positivo es que no tiene olor. Pero verlo nomás a uno le produce escalofríos. Esta es -ya- la primera barrera para nosotros, los papis, en el tema del cambio de pañales. Sólo con pensar que esa cosa nos pueda llegar a rozar la piel nos da escalofríos. Apelamos -una vez más- al "no, mejor hacelo vos que me da miedo" y le tiramos toda la responsabilidad a la pobre madre. Ni hablar si se trata de una nena. Es muy frecuente escuchar a los padres de mujeres decir: "no, yo no la cambio porque es nena, me da miedo limpiarla mal o lastimarla". Genial. Uno queda como que se preocupa por la hija y en realidad se está escudando en una vil excusa para no entrar en contacto con "eso". En el caso de que seas un padre aguerrido, con empuje y mucho estómago y decidas cambiar los pañales de la criatura incluso cuando contengan "lo segundo", las diferencias con tu mujer serán insalvables: ella le va a dejar la colita impecable usando un centímetro cuadrado de toallita mientras que vos para que le quede más o menos prolija vas a gastar medio paquete. La diferencia está en que a las mujeres no les importa que las heces de las criaturas entren en contacto con su piel mientras que a los varones nos puede generar un trauma insuperable vernos manchados con caquita, sin importar si esa caquita es de nuestro propio hijo, sangre de nuestra sangre... El tema se va complicando a medida que la nena o el nene crecen y su alimentación evoluciona. Durante la lactancia pura -es decir, mientras toman solamente la teta o la mamadera- la cosa es fea de ver y tocar, pero no tiene un gran olor. Cuando entra en juego el yogur la cosa se complica un poquito. El ingreso de las papillas ya transforman lo asqueroso en nauseabundo. Y la etapa de las carnes... ¡agarrate! Cuando los infantes ya comen de todo -aunque sea en pequeñas cantidades- transforman todo eso en algo igual a lo que hacés vos, pero más chico... Incluso hasta el olor está concentrado. Es como una fábrica de inmundicias: se ve mal, se siente mal y se huele mal. Ni hablar de cuando el pañal está mal puesto y ensucian toda la ropa. Para mí en esos casos la única opción es tirar todo a la basura e incluso incinerarlo, pero por suerte mi mujer ve más allá y sabe que con una lavada queda bien. Esa es la diferencia entre ellas -las madres- y nosotros -los padres-: para una mamá se trata de la caquita de su bebé. Para un papá es mierda. Siempre es mierda, no importa de quién provenga.